viernes, 9 de noviembre de 2012

El grito caifán

por Nuria Manzur
Butacas: 58

¿Cómo rendir tributo, en una crónica de la inauguración del Cineclub El Grito, a todo el esfuerzo conjunto de varias –muchas- personas, desde el equipo de gestores, un artista y una cineclubista que conforman el cineclub, hasta el esfuerzo de los alumnos de gestión cultural y de cine de la Universidad de la Comunicación que colaboran en la sede UC, a la entrega, a la satisfacción de ver un proyecto de esta naturaleza, por fin realizándose? (Odio los gerundios, pero ustedes disculparán, no puedo escribir “realizado”, porque esto apenas empieza).
Por fin, pues, después de muchos –arduos- intentos por configurar un lugar común de reunión, proyección y discusión de películas (pa’ qué nos hacemos, ése es el punto principal: nos encanta el cine), este Cineclub “gritó” su apertura en la Universidad de la Comunicación, ayer 8 de noviembre de 2012.
            Con una mesa presidida por la directora (talachadorsísima) del Cineclub El Grito, Lila Nieto, y acompañada por el Vicerrector de la Universidad de la Comunicación, Salvador Corrales; Sonia Castellanos, Subdirectora de Prevención Social, y el intangible –pero presente- Víctor Ugalde, la velada dio inicio con una plática introductoria a través de la cual Lila explicó las distintas motivaciones y propósitos que originaron este proyecto. El Cineclub, que fue seleccionado para recibir el Estímulo a la Promoción y Difusión del Cine Mexicano otorgado por Conaculta y el INBA a través de Imcine, tiene como casa la UC, y cuenta también con una unidad móvil cuya función será llevar una cartelera de 30 películas mexicanas durante un año a lugares en los que no hay acceso a este lujo al que estamos normalmente tan acostumbrados. Dichos lugares son tres centros de readaptación social: El Centro Femenil de Readaptación Social Santa Martha Acatitla, el Centro de Readaptación Social Varonil Santa Martha Acatitla y el Reclusorio Varonil Oriente, en los que la búsqueda por dotar a los reclusos de herramientas que les permitan configurar su realidad –y a sí mismos- desde un lugar distinto, constituyó una de las principales inquietudes que llevó a pensar en la unidad móvil como un modo lúdico y reflexivo de dar aire al encierro a través de la libertad que ofrece el fenómeno cinematográfico.
            La trayectoria de Lila como cineclubista se remonta a su constante y comprometida colaboración con el Cineclub Jaime Casillas (de 2008 a 2010), mano a mano de su fundadora, María Holbox, en 2007, así como su fascinación por la cinematografía, que data de mucho tiempo antes. Además, su experiencia como escritora convergen también en este cuerpo de energía desbordante (ya saben lo que dicen, chiquita pero picosa), cuya perseverancia se tradujo en una gran oportunidad para la ya antigua inquietud de la UC por tener un cineclub. En este sentido, Salvador expresó su contento al haber encontrado que el Cineclub El Grito, con todo el proyecto ya armado, el impulso y compromiso indispensables para llevarlo a cabo, podría contribuir al desarrollo de toda la comunidad universitaria (y en este punto Lila enfatizó que no se trata sólo de los estudiantes, sino también de todos los empleados: la gente de intendencia, limpieza, profesores, administrativos) y al enriquecimiento didáctico, educativo y de intercambio que ello implica.
            Después de Salvador, habló Sonia Castellanos, quien expresó la importancia de que la población interna de los reclusorios  cuente con el apoyo de una actividad semanal de esta naturaleza. Además, enfatizó el hecho de que es la primera vez en la historia de los centros de readaptación social en México, en que se plantea la realización de un proyecto con duración continua de un año completo.
            Fue entonces que “el invisible” se hizo presente: Víctor Ugalde inauguró la pantalla y el proyector, a través de un clip grabado algunos días antes, ya que no pudo asistir personalmente a la mesa. En pantalla, habló  de la película “Los Caifanes”, primera exhibición del cineclub que inauguró el ciclo “Aroma Smog” (en honor a nuestra purísima capital defeña) y cuyo grito es similar al que mueve todo el proyecto: en tanto que historia que relata la convivencia casual –pero buscada y, en cualquier caso, inevitable- de una pareja de clase social alta y el Capitán Gato y sus Caifanes, configura de un modo muy “mexicano” los engranes y funcionamiento de la sociedad mexicana de la época (1967, según muestra el luminoso umbral al encuadre de la Plaza de la Catedral de la Ciudad de México), con una precisión y matices tan actuales como escalofriantes. Eso sí, la mezcla de tonos y lenguajes genera un movimiento en la dinámica de los personajes que va de lo lúdico a lo siniestro, del suspenso a lo cómico.  
            Dirigida por Juan Ibáñez en 1966 y con Tito Novaro como asistente de dirección, “Los Caifanes” lleva a la pantalla el guión escrito por el mismo Juan Ibáñez, en colaboración con –nada más y nada menos que- Carlos Fuentes, bajo la lente fotográfica de Fernando Álvarez Garcés, “Colín”, y editada por José Juan Munguía. El elenco principal, compuesto por Julissa (una Julissa de belleza y frescura francamente impresionantes, en el papel de Paloma), Enrique Álvarez Félix (Jaime de Landa), Sergio Jiménez (Capitán Gato), Óscar Chávez (el estilos), Ernesto Gómez Cruz (el Azteca) y Eduardo López Rojas (el Mazacote), nos hacen acompañarlos en sus “jaladas”, que van desde el robo de una corona fúnebre, hasta el de una guitarra, pasando por una danza fúnebre con velos (que bien pueden jugar su doble acepción de velar al muerto, de velar y develar algo –el rostro, los rostros, la vida- y sarcófagos en los que una extraña conciencia de parte de los personajes los lleva a meterse y “hacerse los muertos” como para subrayar que ahí, con “la flaca”, no hay distinción posible, que todos tendremos que bailar con la más fría. Desde esa horizontal situación de radical igualdad, oímos versos de Octavio Paz, Santa Teresa y otros, pronunciados en boca de los distintos caifanes). De esta escena, desde mi punto de vista cúspide en el trasfondo discursivo de la película, pasamos a la secuencia del Azteca que escala a la Diana y la viste con prendas femeninas; al “recogimiento” de la novia del Gato (extrema delgadez y maquillaje exagerado que, del lado de su silencio absoluto, la coloca en el terreno intermedio –frágil paso de la mujer al maniquí o la calaca-, entre la vida y la muerte.
            Sin lugar a dudas, un filme que es preciso ver y volver a ver, releer, dejarse asombrar de nuevo, tanto por su trasfondo discursivo como por la calidad del lenguaje cinematográfico que realiza.
            Al término de la proyección, el brindis de inauguración no fue menos motivante e inspirador: además del vino –que no faltó en ningún momento-, la exposición del artista plástico Luis Manuel Serrano y de sus alumnas de “Santa Martha Femenil”, transportó el intercambio de opiniones y reflexión de la mesa de debate, al convivio.
El público, conformado por distintas generaciones (jóvenes estudiantes, padres y profesores de diversas edades), intercambiaron observaciones y reflexiones interesantes a partir del contraste del México retratado en “Los Caifanes” y el que vivimos actualmente. Entre los comentarios pude escuchar la enfática distancia lingüística de las clases sociales (por supuesto aún vigente hoy, aunque tal vez con otros modismos), el malinchismo característico de la sociedad mexicana de estrato alto y el petulante hábito de hablar en inglés delante de “los pobres” para impedir que participen del diálogo, o bien, la interesante imagen femenina retratada en la película que, para la época debió ser (y lo fue), ciertamente un tanto escandalosa y que, por otro lado, abre la visión a la mujer como hacedora de un extraño artificio de conciliación que recorre la cuerda floja de la seducción y la aventura; punto de encuentro entre la fuerza y la fragilidad, la sabiduría y la inocencia y que, al final, sucumbe sin embargo a la presión social. El caballito que el Estilos le devuelve a Paloma cuando ella y Jaime se van, puede recordar a la figura mitológica, artimaña guerrera de Ulises, por medio de la cual los aqueos ganan la batalla de Troya. La vencida, porque al fin y al cabo lo es, vuelve a su jaula de oro con su caballito de juguete.
Sí se extrañó la mesa de debate, todo hay que decirlo. Sin embargo, aunque en esta ocasión tuvo que ser trasladada al convivio posterior, no dejó de sentirse la inquietud por reflexionar, expresar, intercambiar ideas y seguir configurando pensamientos en torno a una identidad siempre en transformación.
En lo personal, sólo me queda decir que estoy profundamente orgullosa de esa diminuta dinamita, mi querida Lila y el equipo del Cineclub El Grito, y todos los involucrados, por todo el trabajo, esfuerzo, dedicación y amor puestos en este proyecto que, me repito, apenas empieza a realizarse. Así que quedan invitados, todos los jueves a las 19 hrs, a ver, compartir y disfrutar de todos los demás gritos que aún quedan por rugir, y a unirse al espacio de reflexión que permite hacernos más próxima nuestra propia cultura y dar seguimiento a las hebras de pensamiento que las muestras fílmicas, junto con la presencia de algunos de sus creadores o participantes, harán derivar en verdaderos caminos para re-visar-se, para volver a ver-se.
¡Échenle, que se oiga bien fuerte ese grito!

P.D. A todo esto, ¿qué es un caifán? Discúlpenme por el recurso Wikipedia, pero me resultó mucho más ilustrativo y clarificador que el de Su Señora la Real Academia Española de la Lengua:

“En el filme se da una definición acorde al estilo general del guión: El capitán Gato se refiere a sus compañeros como caifanes. Paloma pregunta a su novio en voz baja qué es eso. -(Es un) Pachuco, dice Jaime. El Azteca, que ha interceptado la conversación, lo corrige: No, eso es papá grande. Caifán es el que las puede todas...
“Es interesante cómo en este breve diálogo se ponen de manifiesto las diferencias en los referentes culturales de los implicados, el rico y el pobre. Mientras que para Jaime el caifán es un pachuco, tomando esta palabra en su acepción de pandillero, para el Azteca el pachuco es papá grande, es decir un padrote, que sólo puede con las mujeres que por diversos motivos y medios tiene bajo su dominio. En contraparte, un caifán, como él, puede con cualquiera ¿incluso con Paloma?”

Fuentes y referencias:

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