Estamos en la última semana de proyecciones de 2013 en reclusorios del DF.
Volveremos el año entrante, pero mientras tanto, griten bien fuerte y felices fiestas. ¡Aaaauuuuuuuuuu!
La sordidez del caso de las hermanas Valenzuela es imposible de retratar cabalmente en una película, por la simple razón de que la realidad supera la ficción: la historia es demasiado complicada para caber en una narración de dos horas, y queda fragmentada la reconstrucción de los hechos a partir de una deficiente investigación policiaca, una bola de mitos creados por la prensa de nota roja y el teléfono descompuesto de los testimonios de las víctimas. Sin embargo, lo que intenta la ficción basada en hechos reales no es reproducir la realidad, sino hacer una especie de destilado de ella. Este es el caso de Las Poquianchis (1976), filme de Felipe Cazals que proyectamos el pasado miércoles 4 de septiembre, con la presencia de Xavier Robles, quien escribió la cinta junto con Tomás Pérez Turrent.
En cuanto comenzó el debate, un joven desde el público hizo la pregunta obligada, "¿Es cierto que el guión es una adaptación de Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia?" Xavier Robles lo negó, pues de hecho el libro de Ibargüengoitia se publicó un año después, en 1977. Las Poquianchis fue el guión con el que Robles comenzó su carrera en el cine, y es en palabras de nuestro invitado "la primera película mexicana que trata seriamente el tema de la prostitución". Con 27 años, Robles ya "había hecho una extensa investigación al respecto", el caso se había cerrado más de una década antes, y Xavier aprovechó la oportunidad que significaba colaborar con dos grandes personalidades de la época, Cazals y Pérez Turrent, quienes un año antes habían realizado Canoa, una de las máximas creaciones del cine mexicano. "De Cazals aprendí cómo se filma bien una película en México", y recuerda que este gran director "es respetuoso de los guiones, igual que Fons", a diferencia de otros que cambian la historia a placer en el transcurso de la filmación, una de las eternas quejas de los guionistas.
Lo cierto es que este caso extremo sigue provocando una profunda indignación, esto es lo primero que surgió en el debate, pues además, sigue sucediendo a lo largo y ancho del planeta, y México no es la excepción. "Yo supongo que si te pones a cavar en cualquier burdel de provincia, encontrarías también tumbas clandestinas, y el mismo grado de esclavitud", comentó alguien desde el público. El maestro Robles estuvo de acuerdo, "no es ni siquiera un caso extremo, es lo normal", "¡Esto no es normal, es extremo!", contestó una en un impulso de rabia. "Es que, si no hubiera clientes, no habría burdeles", concluyó alguien más. En este momento la discusión se centró en el tema de la prostitución y la trata de personas, se recordó por supuesto el caso de Lydia Cacho contra el Gober Precioso y Kamel Nacif, que no se ha resuelto, de igual manera que no se resolvió realmente el caso de las Poquianchis, pues sólo ellas, sus empleados y sus víctimas pagaron el pato, y ningún político, policía o militar fue investigado. Luego, la discusión derivó en la violencia del narco, la corrupción de las autoridades, y terminó en que Estados Unidos va a iniciar "la tercera guerra mundial" cuando invada Siria.
"Pero, volvamos a Las Poquianchis", dijo la moderadora, "¿cómo fue la colaboración con Pérez Turrent?" El guión de Las Poquianchis, explicó Robles, está estructurado en tres líneas narrativas: la esclavitud de las muchachas y el contexto de la corrupción de las autoridades, escrita por él; lo sucedido en el rancho, que escribieron entre los dos, y la historia de los campesinos, que estuvo a cargo de Pérez Turrent. "Entrevistamos a campesinos, pues queríamos hacer una especie de documental".
SÁBADO 24 de AGOSTO
Elegimos esta película por dos razones: la primera, que es una obra de arte. Es preciosa, elegante, perfectamente integrada y coherente, nostálgica, heróica, entrañable, profunda, romántica, tan absolutamente cinematográfica. Y es taquillera: consiguió acaparar 35 mil espectadores en su estreno, nada mal para una película independiente y documental. Lo tiene todo. Debería estar dentro de los primeros cinco lugares de las cien mejores películas mexicanas. Me gusta tanto que siento como si hubiera existido siempre, como una de esas películas que vi de niña y cuyas imágenes forman parte de mí, quizás en parte porque retrata la década de los 70, y me remite a los primeros años de mi propia vida. Tal vez un poco por el hambre que tengo de encontrar grandes películas mexicanas que no sean de la época de oro.
La segunda razón es que nos permitió contar a nuestro público un poco sobre el circuito de cine mexicano que llevamos en tres cárceles del Distrito Federal desde febrero de este año, una labor que hemos realizado con el apoyo de Imcine y la Subsecretaría de Sistema Penitenciario del DF.
En el debate, no faltaron los comentarios obligados como, "Es que nosotros como sociedad somos corruptos, y mientras eso sea así, también el sistema lo será", o "Hasta lo dice el dicho, sin tranza no avanza". Al ver que la discusión no iba hacia ningún lado, mencioné algunos aspectos importantes, como la exhaustiva investigación iconográfica de la que se compone el espectacular montaje de Juan Manuel Figueroa, lo cual le valió también un Ariel, "¿Alguien se fijó en las escenas del primer largometraje del cine mexicano, El automóvil gris?" Pero nadie la ha visto, tendremos que proyectarla. Alguien dijo, "Es muy bonita la secuencia aérea de la ciudad en la que van pasando las épocas hasta la actualidad." Alguien más apuntó la excelente selección musical, que añade ironía en momentos clave y que es parte del testimonio de la época que retrata. En este momento el debate se empezó a poner bueno, porque resultó que dos integrantes del público eran policías, y contaron cómo la fuerza policíaca se ha ido profesionalizando, "Antes el sueldo era muy bajo, entonces los policías y los ladrones eran igual de pobres, podían ser vecinos del mismo barrio", y en la película esto se ve reflejado, los policías cuentan cómo a veces les tocaba ir a pie, o en camión, a patrullar su rumbo. "Ahora no digo que las cosas estén muy bien, sí hay corrupción, pero los sueldos son mejores, y también la exigencia, antes sólo te pedían la primaria para entrar de policía. Ahora hay policías con carreras universitarias, nomás que como no hay trabajo, pues luego andan de patrulleros normales". Me pregunto si los polis de los semáforos, o los que andan en bicicleta, piensan lo mismo. Acerca del documental, mencionaron un dato interesante, "A mí me tocó ir a Tlaxcoaque", que era el centro de detención del Servicio Secreto en esos años, "y sí existen en el sótano unas celdas con unos como pozos, así como los mencionan en la película". Otro remató, "Yo sí le quitaría algunas escenas largas", pero no dijo cuáles.
Lejos de arrepentirse de haber realizado esta gran historia, el director es consciente de que inspiró a muchos jóvenes a realizar documentales. Los ladrones viejos es ejemplo de un cine profundamente honesto cuya narrativa cargada de contenido y su fina manufactura se contraponen a la tendencia de mucho de lo que se hace en México actualmente, ficciones tan anticinematográficas en su contemplación, tan carentes de personajes dramáticos, que se centran en los momentos más vacíos de las historias que cuentan, o documentales que acaban siendo torpes reportajes cuyo único valor es la denuncia o la exploración social desde un punto de vista ajeno, sentimentalista y soberbio.