Amigos cinéfilos,
Seguimos proyectando en cárceles del Distrito Federal.
Les compartimos un artículo sobre nuestra actividad que salió en el número 6 de Luneta, Gaceta Cineclubista del Centro Histórico de México, excelente publicación editada por Gabriel Rodríguez y los Jinetes Sampleadores de Imágenes que reúne información útil e interesante para el cineclubista. ¡A seguir gritando!
El Grito: Cineclubismo Penitenciario
por Lila Nieto
En noviembre de 2012 nació El Grito, un proyecto piloto de cineclub itinerante en tres centros penitenciarios de la ciudad de México, en donde se promocionó cine mexicano durante un año completo con un estímulo del Instituto Mexicano de Cinematografía y a través de un acuerdo con la Subsecretaría del Sistema Penitenciario del DF. El proyecto tuvo tan buenos resultados que el objetivo se extiende ahora a los diez centros penitenciarios que hay en la ciudad, con miras a coordinar una red. Potencialmente, el movimiento de cineclubismo penitenciario podría ser nacional, y mundial.
Si en algún lugar tiene sentido organizar a un público y operar una red de cineclubes, es en el interior de los centros penitenciarios. Es desde la base, desde el fondo, que se impulsan los grandes proyectos, las transformaciones culturales, desde el fondo hacia la superficie, de abajo hacia arriba, de adentro hacia afuera.
Si para alguien tiene valor sentir la libertad que transmite la experiencia cinematográfica, es para quien conoce el encierro. Y si para algún cineclubista tiene sentido emprender la odisea de organizar un cineclub, es en donde está el público, un público ávido, creativo, interesante, diverso y numeroso. El público penitenciario no sólo dio sentido para emprender un cineclub, sino muchos.
La cárcel para un cineclubista es tierra fértil, un lugar en donde la gente ya lo está esperando, en donde a veces llegan en banda, a trote, en donde el cineclubista nunca tendrá que cancelar una función por encontrar la sala vacía, en donde la organización del público es una necesidad manifiesta desde el principio, algo que naturalmente sucede nomás llegar, un lugar en el que mirar los sueños de la humanidad recobra su calidad mitológica. No es lo mismo ver Los olvidados para unos que para otros, recorrer la historia de Los ladrones viejos, emprender el gran viaje de La guerra del fuego, volver a casa en busca de Pueblerina.
Y el hecho, aunque suene a broma ácida, de que el público penitenciario esté literalmente cautivo, potencia la importancia social del cineclub, de la apreciación del cine mundial, de la organización y formación del público, del diálogo colectivo. Entonces el cineclubismo penitenciario tiene dos grandes brazos, dos columnas vertebrales que corren paralelas e inseparables: la actividad cineclubista, y la labor social.
Igual que el tiempo en un presidio, la experiencia cinematográfica es un estado de excepción. En la cárcel más que en casi cualquier otro lugar, y digo casi porque no deseo desvirtuar la asfixia de nadie, el cineclub reivindica cabalmente su condición de cápsula del tiempo, y si la cápsula despega, el cineclubismo puede convertirse en una plataforma para la reinserción social.
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